Náufrago en mí mismo
- Sevastian Marquez
- 5 may
- 1 Min. de lectura

Hay noches en las que el cuerpo se rinde, pero la mente no cede. El sueño se convierte en una promesa rota, en un refugio que se niega a abrir sus puertas. Y uno queda ahí, tendido en la penumbra, con los ojos cerrados y el alma abierta de par en par, expuesta al vaivén cruel de los pensamientos.
¿Será el peso del día lo que no deja dormir? ¿O es más bien el peso de uno mismo? Las preocupaciones, el estrés, ese hábito malsano de pensarlo todo hasta el agotamiento… y aun así no encontrar sentido. Como si la calma fuera un idioma que se olvidó, o un lugar al que ya no se puede volver.
Dentro, un mar de emociones se desborda: ansiedad, culpa, miedo, rabia… cada una golpeando en distintas direcciones, haciéndote sentir pequeño, roto, insuficiente. Y en el fondo de ese ruido interno, una voz tenue —pero constante— susurra que quizá ya no queda mucho. Que tal vez esta tristeza que se arrastra como sombra no es pasajera, sino una forma de estar.
¿Será la depresión lo que susurra en la oscuridad, lo que se alimenta de cada intento fallido por sanar? ¿O es simplemente el alma buscando un respiro y no encontrándolo?
Sea lo que sea, duele. Y lo más triste es que a veces duele en silencio, mientras el mundo duerme, ajeno al naufragio.
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