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Ozzy Osbourne: el rugido final del Príncipe de las Tinieblas

El infierno se quedó en silencio por un instante. Ozzy Osbourne, el indomable, el hereje del rock, ha dado su última reverencia sobre el escenario. No fue una caída, fue una despedida. El “madman” de Birmingham, que alguna vez mordió la cabeza de un murciélago frente a miles de personas, acaba de cerrar uno de los capítulos más intensos de la historia del rock pesado: su carrera en vivo.

El pasado 5 de julio, durante el festival Power Trip en California, Ozzy anunció que no volverá a presentarse en concierto. Las razones son claras: su salud ya no le permite sostener el huracán que siempre fue su cuerpo sobre una tarima. Parkinson, cirugías, años de excesos y un cuerpo que se volvió campo de batalla... pero su voz, su leyenda, sigue intacta.

No estamos hablando solo del exlíder de Black Sabbath o del protagonista de reality shows. Estamos hablando de uno de los tipos que cambió el ADN del rock, que convirtió la oscuridad en arte, y que nos enseñó que el ruido también puede ser resistencia. Ozzy no fue solo un ícono: fue un grito generacional. A los que decían que el rock estaba muerto, les respondió con riffs, con sudor y con sangre.


"Estoy jodido de salud", dijo sin maquillaje, sin poses. Así, sin anestesia. Porque si algo tuvo siempre este demonio del metal fue autenticidad. En tiempos donde los artistas viven detrás de filtros, Ozzy decidió mostrarse crudo, con temblores y todo, pero con el corazón intacto.


Ozzy Osbourne no necesita más conciertos. Porque él ya es eterno.


Larga vida al Príncipe de las Tinieblas.

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