top of page

Desaparecer también es una forma de seguir

Actualizado: 2 ago

Hay días en los que uno no quiere ser encontrado.

No por tristeza, ni por drama. Sino porque el alma se vuelve un cuarto cerrado con eco, donde ya no cabe ni una palabra más.

Y entonces llega ese deseo —extraño, profundo, casi culpable— de desaparecer.

ree

Pero no me refiero a irse del todo. Hablo de desaparecer en fragmentos:

en la mirada que ya no sostiene,

en los mensajes que no se responden,

en la sonrisa que se guarda para después.

Dejar de estar donde esperan que estés, para poder volver a donde realmente perteneces.


Lo confieso sin rodeos:

hay momentos en los que quiero que el mundo se olvide de mí por un rato.

No para que me extrañe.

Sino para que yo mismo recuerde quién soy cuando no estoy actuando para nadie.


A veces, el cuerpo sigue funcionando, pero el alma ya se bajó del tren hace estaciones.

Y uno va ahí, automático, cumpliendo con todo, menos con uno mismo.

Entonces se rompe algo invisible. No se oye. Pero pesa.


¿Está mal querer desaparecer un tiempo?

¿Está mal no querer explicar nada, no responder, no rendir cuentas por un rato?


No.

Lo que está mal es habernos convencido de que tenemos que estar siempre disponibles, siempre productivos, siempre fuertes.

Como si sentir fuera una pérdida de tiempo.


Por eso, me doy permiso de callar.

No por cobardía, sino por sabiduría emocional.

Porque hasta los árboles más viejos necesitan soltar sus hojas, incluso cuando nadie los está mirando.


Y si me ves distante, no me preguntes dónde estoy.

No sabría decirte.

Solo sé que me fui a un lugar donde el ruido no llega, donde la expectativa no pesa,

donde puedo llorar sin justificarme, y quedarme quieto sin sentir culpa.


Hoy no busco consuelo.

Solo espacio.

Una pausa larga, como un parpadeo del alma.


Volveré, sí.

Pero no hoy.

Y cuando lo haga, quizá no seas tú quien me reconozca primero, sino yo mismo.

Comentarios


bottom of page