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Ecos del vacío

He llegado a ese punto en el que todo lo que alguna vez soñé está frente a mí… pero no llena.


Diario del Escritor Anónimo
Diario del Escritor Anónimo

Cumplí metas, conquisté espacios, logré cosas que antes parecían imposibles, y aun así, algo dentro de mí sigue en silencio, frío, vacío.

No es tristeza. Es un eco. Un hueco entre el ruido de lo logrado y la ausencia de lo sentido.


Me he vuelto más exigente, no con el mundo, sino conmigo mismo.

Ya no me deslumbra lo superficial, ni me interesa lo pasajero.

No quiero perder mi tiempo con banalidades, ni invertir mi energía en personas que no saben mirar más allá de la piel o del instante.


A veces siento que me volví difícil de querer, no porque no quiera ser amado, sino porque aprendí a no conformarme con migajas emocionales.

No quiero “casi”. No quiero “tal vez”. No quiero sonrisas vacías.

Quiero verdad, aunque duela. Quiero presencia, aunque incomode.


Quizá esta frialdad que muchos ven en mí no sea más que una coraza:

la forma que encontró mi alma para protegerse después de tanto dar,

después de tanto sentir que nadie se queda lo suficiente como para entender de verdad.


Y aun así, sigo aquí.

Rearmándome, buscándome, intentando reconciliarme con la idea de que la plenitud no siempre llega con el éxito,

sino con la paz de saberse fiel a uno mismo.


Porque tal vez no estoy vacío…

tal vez solo estoy limpiando el espacio para que, por fin, llegue algo —o alguien— que valga la pena habitarme.



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