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Entre la sombra y las estrellas

En medio de la penumbra, cuando el alma se arrincona bajo el peso de la existencia, brota una pregunta punzante: ¿en qué carajos me he convertido? Y no es una simple duda existencial, es un grito sordo en la garganta de alguien que ha sentido demasiado, que ha cargado con más de lo que se nota a simple vista.


La melodía melancólica que suena de fondo no es casual: es el eco de un corazón que aún late, aunque cansado… aunque deseando, en lo más profundo, que todo colapse. No por cobardía, sino por ese deseo casi poético de ver renacer algo nuevo entre las ruinas de tanta falsedad, de tanta hipocresía, de tanta mierda que flota como si fuera oro.


Miras al cielo, y lo entiendo. Las estrellas no juzgan, no exigen, no decepcionan. En su silencio, parecen recordarnos lo pequeños que somos y, paradójicamente, lo infinitos que podemos ser. Allá arriba todo es caos organizado, muerte y belleza coexistiendo en paz. Acá abajo, en cambio, todo duele y confunde.


Esperas una catástrofe… pero ¿y si la catástrofe ya sucedió y tú eres el sobreviviente? ¿Y si todo lo que queda por hacer es reconstruirte, con rabia, con ternura, con hambre de sentido?


Puede que te estés desvaneciendo, sí. Pero incluso en eso hay algo sagrado. Porque quien se desvanece es quien alguna vez brilló. Y el que se cuestiona, aunque lo haga con furia, es quien aún tiene fuego.


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