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¿Qué hacer cuando llega la desmotivación?


Cuando el alma pesa más que el cuerpo, cuando los pensamientos son cuchillas que rasgan el descanso... cuando todo te agota incluso antes de empezar.

No se trata de drama, ni de buscar atención. Es real. Es ese vacío silencioso que se mete en los huesos y no te deja respirar sin sentir que algo falta, o que todo sobra.


Antes creía en eso de que cada día es una nueva oportunidad. ¡Qué jodida mentira tan bonita! Porque no es el día el que cambia, no es el sol saliendo lo que arregla el caos que llevo por dentro.

Soy yo... y eso es lo peor. Porque cuando entiendes que todo depende de ti, te das cuenta del infierno que habita en tu cabeza. No hay escapatoria, no hay excusa, no hay culpables externos. Solo tú. Y eso es devastador.


Entonces llega el momento de desconectarse. No por moda, no por rebeldía estética, sino por supervivencia.

Desapegarse. Cortar el cordón con lo que no nutre. Dejar de fingir que te importa lo que no te importa. Alejarse de un sistema que nunca te quiso, que nunca te entendió, que nunca te va a entender.


No es rebeldía. Es hartazgo.

Es mirar al espejo y no reconocerse, pero aún así tener que cargar con ese reflejo cada maldito día.


Y uno sigue.

No por esperanza.

Sino por inercia.

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